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LAS HEROÍNAS DE LA ORIENTAL

Medellín, 13 de octubre de 2011




Son las doce y treinta del día, y en cinco, cuatro, tres, dos, uno, cambió de rojo a verde el semáforo de la Calle 47, otro de los tantos de esta avenida.

Al frente se encuentra el monumental Parque de San Antonio, con las esculturas del maestro Botero, las tabernas donde los clientes en su mayoría son afrodescendientes, los puestos de artesanías y los vendedores informales que rondan este lugar.

A medida que el reloj avanza se incrementa el número de personas que salen de las oficinas con sus trajes elegantes, algunos se quitan la corbata para esquivar el calor, mientras que otras caminan tranquilas demostrando su buen gusto por los tacones y el maquillaje. Es la hora de almuerzo.

Pero, mientras secretarias, ejecutivos, doctores, salen de su trabajo a degustar de un buen plato, otros buscan en las sestas de la basura qué dejaron los que sí tienen con que comprar.

El humo de los taxis, buses, vehículos particulares y motos se incrementa, al igual que la cantidad de propaganda política y publicidad entregada por jóvenes, en presentaciones de diez por siente centímetros, que unos metros más adelante son arrojados al suelo por esos receptores que demuestran el poco interés.

“No diga a qué viene, con solo mirarlo le digo todo” es el servicio que ofrece un parasicólogo en uno de los anuncios. En otro se promocionan salas de masajes donde ayudan a cumplir cualquier fantasía, y además “Se solicitan niñas bien presentadas”.

Después de haber pasado unos cuantos minutos, es el momento de retornar a sus labores, mientras que Ángela María Arango, habitante del barrio Santa Cruz y “Escobita” de las Empresas Varias de Medellín, sale para disponerse a embellecer la Avenida Oriental, parte de la ciudad que le gusta para trabajar “aunque hay mucho mugre, pero estoy en constante movimiento y el tiempo se me va ligero”.

“En la oriental se quedó media vida mía”

Hace medio siglo llegó a la Avenida Oriental para ser vendedora informal, y a sus 58 años, “pero muy polla, muy cuchacha” como dice ella, “tengo más energías que una de quince para seguir trabajando”.

Beatriz Loaiza, inició vendiendo paletas de las fabricas de Guayaquil, pero como esas empresas se acabaron, siguió con agua y limonada, y finalmente es una de las tantas sucursales andantes del Bonice callejero.

Vive en el barrio La Milagrosa, al oriente de Medellín, y el horario para salir a trabajar depende del clima, “si la mañana esta fría llego a las once, pero si esta haciendo calor a las nueve o diez”.

Con su traje colorido y que de ante mano le hace publicidad a su producto y acompañada de una gorra negra para protegerse del sol, dice que le ha tocado ver los cambios de este sector, por ejemplo: los tecnológicos y viales, la nueva cultura de los peatones y asimismo ha sido victima de los atropellos con Espacio Publico, porque “hacen mucha persecución”.

La jornada laboral de “La Cuchaca” culmina a las seis de la tarde, hora en que se dirige para su casa a descansar de la esquizofrenia que le ha heredado la contaminación, pero dice que siempre tiene las ganas para “seguir en el ruedo”.

¡Todo por su familia!

En la Carrera 46 con Calle 50, hace 27 años está ubicado un pequeño negocio de aguacates. Su propietaria, ve la vida con unos ojos tristes, cansados y un poco aguados por culpa del estrés y la decepción.

Salió a trabajar a la calle porque lleva la obligación en su casa, pero con el tiempo el aguacate más grande se le está pudriendo, su corazón, pues sus cinco hijas ya definieron cada una su propio futuro, “se salieron de estudiar para dedicasen a hacer madres”, futuro que ella no quería y le genera tristeza.

Olga Lucia Muñoz, de 45 años, ha visto como la Avenida Oriental ha cambiado, al igual que su propia salud, pues ya sufre las consecuencias de lucharla al sol y al agua, el estrés la invade.

Pero, a pesar de los problemas que presenta, aún le quedan ganas para seguir, porque “a mí me ha tocado vender empanadas, mango picado, agua y limonada, para poder entrar el sustento en mi hogar”.

Cine económico

Con una voz potente, pero sin dejar su feminidad, Juliana Tabares, de 21 años, a diario hace presencia en la Avenida Oriental para promocionar sus productos: “Películas a dos, a dos”.

No se considera una vendedora ambulante, ella es una “trabadora independiente”. Ofrece todos los géneros cinematográficos: arte, épica, acción, drama, comedia, pero “el que más adquieren es el cine infantil”.

Juliana, siempre ha sido vendedora callejera. Comenzó vendiendo chaquetas, pero cuando “Mauro”, un amigo del barrio, de Santo Domingo, le ofreció la propuesta de vender películas, no dudo en aprovecharla, y ya es toda una conocedora del séptimo arte, aunque no se las ve todas, “sólo las que me gusten”.

En cuestiones de ganancia, si le va mal se gana treinta mil pesos, pero si las ventas son positivas se marcha para su casa hasta con ciento veinte mil pesos.

Para esta mujer, la Avenida Orienta es su “segundo hogar” y agrega que de la calle ha aprendido a “ser muy seria en todas las cosas, a lucharla”.

Contra el sol y el agua

La Iglesia de San José es un referente de la Avenida Oriental, allí se ofrece toda clase de objetos religiosos: camándulas, veladoras, santos, oraciones. En este lugar también se puede encontrar, debajo de una sombrilla de colores, una barranquillera radicada en Medellín hace dos meses.

Esta morena de 25 años tiene una particularidad que la hace diferente, y es su cabello rizado, el que a diario le invierte cinco minutos para organizarlo, “con ayuda del gel de papaya para controlar el frizz” manifiesta en su acento costeño.

En un principio decidió llegar a la capital de la montaña para poner en práctica los estudios que hizo en su ciudad natal, pues realizó algunos cursos como: manipulación de alimentos, saneamiento básico, contabilidad básica, administración básica, “y quiero estudiar acá en Medellín preescolar”.

Cristina Estrada, vende minutos a celular, y expresa que ser vendedor ambulante es “medírsele a la calle y guerreársela contra el sol y el agua”.

“Las mujeres, la mayor bendición”

Dos voces se mezclan acompañadas por unos sonidos únicos producidos con sus bocas, y así llegan a la gente por medio de canciones que transmiten mensajes como “…y que se les cumplan todos sus deseos, y que haya mucha paz y mucho más empleo…"

Ambos son hermanos, raperos que cantan en los buses “…buscando la alternativa…” para poder llevar a sus hogares un sustento.

Mientras el vehículo sigue avanzando, los artistas expresan en la melodía urbana que para ellos las mujeres “…son la mayor bendición…”.

Una vez terminado el repertorio dan sus agradecimientos: “…Gracias por el apoyo que ustedes nos han brindado, también al conductor por estar de nuestro lado…”.

Después, pasan por cada uno de los puestos de los espectadores con la esperanza de que les reconozcan su talento con alguna moneda o “metal”.

Finalmente, se bajan a unas cuantas cuadras de la Avenida Oriental que todos los días tiene los oídos atentos para escuchar a cantantes callejeros como estos y que es la alfombra por donde han desfilado mujeres triunfadoras, derrotadas por la vida o con objetivos que anhelan conquistar.