Mi foto
Medellín, Antioquia, Colombia
hechosyhechos@hotmail.com

UN PAISA EN BOGOTÁ

Medellín, 25 de marzo de 2012

Recorrí la Carrera Séptima. Eran las cinco de la tarde. Y sí, huele a pollo y la gente es para allí y para acá, en un ajetreo, como en todas las ciudades. También estaban a lado y lado los habitantes de la calle, sucios y desamparados, como en todas las ciudades. Asimismo, me estrujaron señores y jóvenes corbatudos, con cara de cansados, algunos con cigarrillo en mano, y otros con paraguas colgado en su antebrazo, como en las ciudades donde no para de llover.

Las paredes me hablaban a gritos. Me expresaban lo que los “rolos” sienten a diario a través de diferentes tipografías y figuras. Había mucho color. En esos muros se leían mensajes en contra del gobierno, la corrupción de nuestro país, o la desigualdad que vivimos a diario. Todavía se observaban rastros de la Ley 30.

La infraestructura es muy interesante. Las construcciones coloniales fusionadas con los modernos edificios me llamaron mucho la atención. Ese contraste le da un toque diferente. A mí me gustó.

Los escombros y las cintas de “peligro” abundaron, así como las basuras en las esquinas bogotanas. Hay que tener la casa ordenada aun cuando se estén haciendo arreglitos. Uno no sabe a qué horas llega la visita. Pero, me sigue gustando la capital.

Cruzar cualquier calle fue un desafío. Mientras la bombilla roja del semáforo le indicaba a los carros que debían parar, el muñequito que tenía al frente mío, también en rojo, me señalaba que era el momento para que yo pasara. Allá como que todos cruzan en rojo.

Monté en “transmi”. En hora pico. Fue muy gracioso porque descubrí que no es tan horrible. El metro de Medellín es igual de concurrido. Solo los diferencia el orden en cada una de sus estaciones y que no es tan complejo. Hay que tener buena memoria para no perderse en el busesito rojito, grabarse varios números y letras es la principal tarea. De resto, todo bien.

El último lugar que visité fue La Candelaria. El reloj marcaba las seis y cuarenta de la tarde cuando inicié mi recorrido por esa calle adoquinada, estrecha y empinada. Me cansé muy rápido porque ese día la caminada fue larga. Sólo alcance a subir hasta “La calle de los amigos”, así se llama. Estuve pendiente que sí fuera de los verdaderos, y no de los amigos de lo ajeno. Fue una buena experiencia caminar por allí.

Al final comprobé que Bogotá podría ser mi segunda casa. Me amañaría y sería de todo mi agrado, solo les sugeriría darle una limpiadita, nada más, porque la lluvia ni el frio me estorbaron.

Para terminar, llegue a Medellín satisfecho, no solo porque conocí las instalaciones de varios medios de comunicación que están allá, sino porque verifiqué con mis propios ojos lo que Carolina Sanín tanto odia, y expresó en su columna publicada el 18 de diciembre del año pasado, en El Espectador.

Solo le digo a “caro” que tiene toda la razón cuando señaló que “los barrios de los trabajadores son polvorientos”, porque así es, fui testigo y lo comprobé. Sin embargo, a mí sí me gustó Bogotá. No me importa si es polvorienta. Me pareció chévere aún cuando se escucha la sirena de una ambulancia cada 15 minutos. A Sandoval, lo felicito por el orgullo que siente por su ciudad, y lo bien que la elogió en su texto, el mismo que invita a conocer la urbe colombiana donde hay de todo un poquito.